“Un arbitraje es tan bueno como la calidad de los árbitros que lo conducen”
El principio de independencia e imparcialidad es determinante para juzgar esa calidad.
Además, dicho principio constituye uno de los fundamentos esenciales del arbitraje, en la medida en que dota de legitimidad a la propia labor arbitral.
Los árbitros son, por tanto, quienes deberían asegurar el referido principio, como los primeros interesados en la plena salvaguarda del mismo.
Igualmente, los árbitros no sólo han de ser independientes e imparciales, sino que deben parecerlo, evitando que se puedan generar, al respecto, dudas legítimas y razonables.
Por otro lado, y para reforzar la garantía de esa independencia e imparcialidad, sería conveniente modificar la normativa española reguladora de la recusación, estableciéndose el deber del árbitro recusado de abstenerse de intervenir hasta que se resolviese al efecto.
En definitiva, la pervivencia del arbitraje exige, y más en los tiempos que corren, que sean los árbitros independientes e imparciales, sin olvidarse de aparentarlo.